Riqueza
Desde niño tuve una brújula para distinguir, con relativa facilidad, entre el bien y el mal; entre lo profundo y lo superfluo; entre la riqueza y el progreso con piel de pobreza.
Lo aprendí de mis abuelos. Trabajaron casi toda su vida en el campo. Apenas tenían estudios: lo suficiente para desenvolverse y ahorrar muchísimo. Nunca disfrutaron del dinero. No se tira nada hasta que se rompe, y no se deja nada en el plato. La abuela, sin necesidad alguna, desayunaba todos los días el pan duro del día anterior migado en leche.
Solemos culpar a la publicidad de nuestros vacíos, pero el problema nos viene de fábrica: somos seres racionalizadores, no racionales, adictos al estatus y a los símbolos desde hace milenios. Un dato: la población afroamericana en Estados Unidos, con la mitad del patrimonio que la blanca, compra el doble de Mercedes. ¿Un consejo? Evita la ropa con logos.
Emigramos de Sevilla a El Prat cuando yo tenía doce años. Pasamos de vivir en una casa con patio a un piso de sesenta metros. El agua del grifo no se podía beber. Hacía más frío y llovía más. Se hacía antes de noche. Progreso con piel de pobreza.