La felicidad es el verdadero opio del pueblo. El problema empieza con los sofistas, que la vincularon a la riqueza material y al prestigio.

Sócrates les replicó planteando que la felicidad no depende de placeres ni de bienes externos, sino de la virtud: de ser justo, sabio y bueno con uno mismo. Los sofistas ganaron. Cualquier resignificación ha fracasado. Utilicemos otro concepto. No busques la felicidad, busca la plenitud.

La felicidad es el subidón de azúcar de Coca-Cola. La plenitud es el vino en buena compañía. Es sacar el balón de debajo del coche, es el primer amor de los cinco años cuando tú, de pastorcillo, la ves actuar de Virgen María. La plenitud es cuando ella nació y los tres os abrazáis. Y cuando ellos murieron, porque la plenitud no teme al espectro.

Timshel es la palabra hebrea que Steinbeck utiliza como eje moral en Al este del Edén. Significa “tú podrás”. Implica libertad de elección: el ser humano no está condenado por el destino ni obligado por mandato divino, sino que tiene la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Acaso sea la palabra más importante del mundo. La plenitud es Timshel y escuchar a Morricone.