Llegué a la pubertad escuchando la lambada. Durante la siesta, me refugiaba en el altillo para grabar canciones de Los 40 Principales. Esa tarde me rocé, sin intención, con el colchón al esquivar un rayo que se colaba por la persiana. Sentí algo. Al día siguiente empecé octavo, el curso en el que fui popular y dejé de ser normie.

Fue como en las películas: los dos destacábamos en deportes, capitanes, ojos verdes… Nos convertimos en la única pareja de clase, generando un efecto embriagador en el grupo que, curiosamente, evitó ser el estereotipo que deseaban. Enseguida rechazamos dinámicas tribales incómodas. Ahí comenzó mi inclinación por ser independiente, a desconfiar de la masa. Prioriza tu ética personal sobre la moral colectiva de turno.

Dos de las palabras que definen el habla de hoy son bro y aura. Coco Chanel decía que «los tiempos difíciles despiertan un deseo instintivo de autenticidad». Aura es la suma de autenticidad, independencia y escasez. Toda tecnología que replica, amparada en la eficacia, arranca jirones de aura de lo copiado. Vamos a la planitud.

Aquel cumpleaños fue mi primera vez con vaqueros. Adiós al chándal. Juntos empezamos a ser adultos. Nos flipaba Sharleen Spiteri. Suena Halo.